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El 'corte final' de 'Apocalypse now' llega al cine para ilustrar a la perfección la imperfección de todo esto

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La última versión de la obra de Coppola, que se estrena este viernes, limpia, brilla y da esplendor al clásico sobre la guerra del Vietnam para conmemorar su 40º aniversario

Tráiler de 'Apocalypse now'

Ahora que todo son listas, reflexiones más o menos apresuradas y hasta memes sobre los desastres que traerá consigo la pandemia, sobre la profundidad de cualquiera de las crisis (económica, ecológica, política, climática...) que nos atenaza, sobre el fracaso como el único argumento fiable; precisamente ahora, ¿por qué no volver al más bello y descomunal de los suicidios que ha vivido el cine? Si se prefiere ligeramente más poético: ¿por qué no dejarse llevar en barcaza por el ese río cuyo destino no es otro que un largo silencio en negro, en negro profundo? Y una más: ¿Por qué no admitir por fin que el sentido de todo y de toda obra de arte es fracasar sin más? El horror.

De repente, 50 cines españoles se aventuran al estreno (o reestreno, según se mire) de lo que el año pasado apareció en formato blue ray en agosto tras su lanzamiento en algunos cines de Estados Unidos y Reino Unido. Hablamos de 'Apocalypse now. Final cut'; es decir, de la versión que Coppola rehízo de su propia película con motivo del 40 aniversario. ¿Por qué? "Porque algo había que hacer", respondió el director a la revista 'Variety'. No se trata sólo de un nuevo montaje, tampoco por fuerza estamos ante el definitivo. Quién sabe, quizá a la cinta le ocurra como a ese conjunto de narraciones que componen la Odisea o la Iliada, que su sentido en ser modificada cada vez que se exhiba. Siempre la misma historia, pero siempre diferente. Por nueva. Tal vez a este 'final cut' le sustituya un 'ultimate cut'. Y a este un 'infinitesimal cut'. Y así.

Una momento de 'Apocalypse now'.
Una momento de 'Apocalypse now'.

Lo que se encontrará el espectador es básicamente una celebración de la sala cinematográfica; un nueva, con perdón, eucaristía cinéfila o, mejor, cinéfaga (por lo que tiene de ingestión de la misma carne y sangre del mesías). Lo que se ha hecho es escanear el negativo original en formato 4K. Los datos para el récord hablan de 11 meses de trabajo de limpieza y restauración de 300.173 fotogramas. Es decir, la profundidad y detalle de la imagen alcanzan a retratar no tanto el celuloide original en su perfección como la propia mente del fotógrafo Vittorio Storaro. Esto último es exageración. Importa, por así decirlo, la claridad a la hora de retratar la oscuridad misma, importa el trazo nítido de la silueta contra el vacío del coronel Kurtz en la piel de Marlon Brando. En lo que respecta al sonido, el avance es aún más radical y notable. Y lo es porque la concepción original así lo era.

Muy resumido, el diseñador de sonido original de la película, Walter Murch, ha localizado y rescatado directamente de la basura (es literal) uno de los seis 'masters' originales de la película de 1979. Lo que se ha ganado no sólo ha sido claridad, que también, sino reproducir con herramientas de hoy el empeño de entonces por dar por primera vez en la historia con un sonido envolvente que colocara a la audiencia directamente en medio de la guerra. Coppola y Murch idearon lo que llamaron un 'sensual sound' (sonido sensual) que quería, mediante el empleo de bajas frecuencias, conseguir un efecto visceral en el espectador. Pues bien, eso que entonces sólo fue un sueño ahora es una realidad que quiere ir más allá del sonido atmosférico hasta las mismas tripas. Y no es metáfora.

DIFERENCIAS DE MONTAJE

Y luego está, la propia versión, el corte. ¿Cuántas hay realmente? Primero está la mítica, aquella que está ahí para empapar los sueños de las webs más oscuras. Nunca exhibida con el sello de oficial, de las 250 horas que se filmaron en total salió un primer ensayo de casi 300 minutos. En la presentación en Cannes que le valió la Palma de Oro lo que se vio fue una versión casi de trabajo de alrededor de tres horas que dejó a la concurrencia sin aliento y que le hizo a su director pronunciar sus palabras proféticas: "Estábamos en mitad de la jungla, éramos demasiados, tuvimos a nuestra disposición muchísimo dinero y demasiado equipo. Poco a poco fuimos enloqueciendo". Acto seguido lo que se estrenó y vimos todos por primera vez fue un deslumbrante ejercicio de caos sostenido en el límite de lo inaudito de 147 minutos. Aunque en realidad, habría que añadir "más o menos". En la versión de 70 mm no había créditos y en la de 35 mm, sí. Y esto último es importante porque la primera modificación relevante de la obra llegó cuando Coppola decidió suprimir las explosiones y estallidos que se veían debajo de los textos porque algunos de los espectadores salían del cine convencidos del cine de que Willard (Martin Sheen) acababa con todo tras el encuentro con Kurtz. No, el final exigía más seriedad, más ambigüedad. Más desorden.

En 2001, con la vuelta del siglo, la película regresó a Cannes en la conocida como versión Redux, que, al contrario de lo que pueda imaginarse, ampliaba el aquelarre hasta 196 minutos. Más larga aún que la de Cannes. La herida se hacía más profunda. Se ganaba en locura, en precisión histórica y en detalle. La narrativa lejos de simplificarse se retorcía un poco más en su sinsentido. Digamos que lo que habíamos aprendido tras ver el documental de Eleonor Coppola 'Heart of darkness' se incorporaba al penúltimo montaje. Cada vez más cerca del cerebro disfuncional de Kurtz y, ya puestos, del mundo entero.

'Final cut' ahora llega para colocarse en el medio. Sus 175 minutos de duración hacen que dure 20 minutos menos que la versión Redux y aproximadamente 30 más que la canónica que vimos a finales de los 70 y primeros 80. La del VHS, vamos. En cualquier caso, la referencia y donde hace pie esta nueva edición es en la de 2001, que pule, aclara, matiza y hasta moderniza. Todo sigue más o menos igual (se mantienen los cambios ya introducidos en la escena de surf de Kilgore y en el desplazamiento de la secuencia algo más que icónica en la que suena 'Satisfaction'), salvo en dos momentos a su manera capitales. El reencuentro con las chicas Playboy en una escena digna de protagonizar uno de los círculos del infierno de Dante se va fuera. Toda ella. Son 10 minutos dilapidados.

¿Por qué? La crítica, así en general, ha corrido a señalar una suerte de autocensura en tiempos de MeToo. Las únicas mujeres de la película ejercían en la primera escena de mujeres objeto y luego, en el montaje posterior, también de objetos para el placer; un placer sórdido, disruptivo con la narración y muy cerca del tremendismo pornográfico. Quizá es por ello o tal vez simplemente sobraba. Lo cierto es que el relato vivía aquí su momento autoconsciente. Y hasta provocadoramente ridículo por afectado.

El otro corte de consideración se encuentra casi al final. Es el momento en el que Kurtz lee a un Willard encerrado en un container un artículo de la revista Time. Es una escena bellísima de un claroscuro cerca de Caravaggio que ya no se podrá ver. Esta secuencia se veía en la primera versión y su corte se vive como una amputación de la memoria. Más cambios suceden, pero ya muy cerca del subrayado fino, en el descomunal y desolado gran 'excurso' de la cinta: la llegada a la plantación de los colonos franceses. Sin duda, este instante justificaba enteramente la versión Redux. Son casi minutos milagrosos entre el vaho de un sueño que huye y que sirve tanto para la lectura política como sentimental de todo lo narrado. Es un cuento dentro del cuento narrado por el último y fugaz resplandor de cordura en un universo que naufraga en su demencia. Es el Quijote que muere en un relámpago de lucidez. Ahora, Coppola afina la relación entre Willard y Roxanne (Aurore Clément) y deja la lectura social ligeramente detrás. Sigue siendo el corazón de todas estas tinieblas.

Sea como sea, la película continúa siendo tan perfectamente imperfecta que transciende la simple lectura de la guerra como punto de no retorno, como pesadilla lúcida de lo peor del hombre. Ahora más que nunca, ahora que todas las crisis son nuestra crisis, ahora, la imperfección de 'Apocalypse now. Final Cut' se antoja tan cerca del absoluto que subyuga como nunca antes por su clarividencia cruel. El sentido de todo, de toda obra de arte, es fracasar. Como el mismo ser humano. El horror. Vendrán más versiones (y más pandemias) que nos harán más ciegos.

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